Sólo
esperaba que por al menos esta vez llegara temprano, aunque la idea de una
posible decepción la obligó a mantener fija la mirada en la pantalla, mientras
leía artículos que probablemente no tardaría en olvidar. Anochecía y, si bien
hubiera preferido no pensar en ello, no lograba evitar revivir en su cabeza momentos
que tiempo atrás habían compartido y deseaba que se volviera a repetir.
Porque
quería volver a tenerla entre sus brazos, verla mientras una suave y tenue luz que
desde la ventana entraba, iluminara su rostro, bañando sus labios de un nuevo
color. Cerrar los ojos y sentir que ellas eran dueñas del mundo que habían
creado para las dos. Temía ante la posibilidad de no poder volver a crear
momentos a su lado, la sensación que los segundos se agotaban a veces lograban
en ella una sensación de asfixia, que sólo lograba calmar al observar el rostro
ajeno, tan lejano a sus propios miedos. Porque ella lucía tan tranquila entre
sus brazos, como si no le importara la posibilidad de ya no estar juntas, o quizás
era que ni siquiera pensaba en ello. Y no había duda que estaba bien lo que
hacía si de eso se trataba, sólo deseaba que cuando se despidieran pudiera ella
comprender que podía ser la última vez.
Entonces la
besó suave al principio, relajándose cuando sintió que era correspondida sin
titubear. Sus labios se movían expresando decidir estar juntas significaba
dejar de ser dos personas para comenzar a ser una sola, resguardando la
individualidad de cada una pero dejando que la otra la complementara. En cierto
aspecto, las volvía una especie de unidad, en un mundo que compartían desde el
momento que se levantaban cada mañana con un cuerpo ajeno acostado a su lado.
Aquel cuerpo que con los ojos cerrados se apegaba a ella, comunicando inconscientemente
que aún la necesitaba. Y cuando sus labios se movían mientras dormía, susurrando
que la amaba, ella intentaba no recordar que durante la mañana, la conciencia
la obligaba a desahogar que por ella solo un “Te quiero” sentía. Y la abrazaba
aún dormida, su respiración como prueba suficiente para saber que quizás ella
no había notado el ritmo acelerado de su corazón haciendo eco en la habitación,
escuchando palabras que deseaba escuchar y esperaba con ansiedad que el momento
se presentara.
Y finalmente
la despertaba con caricias, solo obteniendo de ella un fruncir de ceño, que
implicaba que deseaba seguir durmiendo pero nunca iba a rechazar su amor. Mientras
sentía como la yema de los dedos de ella acariciaban su piel, provocando que se
erizara ante su tacto, tampoco se evitaba sonreír, esperando que continuara.